Cuando el mensaje es escuchado, asumimos que deberemos aplicarlo a nuestras vidas.Eso asusta. Si este mensaje es un "ají en el traste", atacamos al mensaje y eliminamos al mensajero.
Esta conducta humana es axiomática. Es decir, siempre vamos a rechazar aquello que nos muestre nuestro grado de estupidez, de imbecibilidad. .Si analizamos nuestra vida desde lo más micro a lo más macro, veremos que siempre estaremos reaccionando de la misma manera. Es por ello que el camino al infierno está tapizado de buenas intenciones y de buenos mensajes que nos van entregando, durante nuestra formación, todos aquellos que "nos quieren bien". Allí están los consejos de los padres, de las madres, de los amigos y por supuesto, los mensajes de todos los profetas, tapizando el camino al infierno que nos condenamos a recorrer por no creer en sus palabras. Es como clamar a gritos: "sé que me estoy equivocando, pero es mi vida ¡ya!".
¿Cuál era el mensaje de ese que conocemos como Jesús de Nazareth? AMOR. Eso era todo. Amor. Amor del sano, amor del bueno, de ese que no mata; de ese que no da miedo; de ese que no castiga y que no obliga; de ese que es libre; de ese que respeta; de ese que escucha; de ese que libera; de ese que contiene; de ese que no conocemos, porque nosotros "amamos" desde el miedo, desde el EGO.
Y debíamos practicar este amor del bueno en dos direcciones: hacia adentro y hacia afuera. Amarnos y amar. "Ama a tu prójimo como a ti mismo".
¿Cómo sería eso posible? Tendríamos que haber dejado de lado nuestros mezquinos intereses. Tendríamos que habernos olvidado de "mi bien" y luchar por un bien común. Tendríamos que haber luchado por otros y ya no sólo por los "míos"; tendríamos que haber tenido como objetivo el bien de la humanidad, ya no "el mío y el de los míos". Era imposible. Fue más fácil matar al mensajero y atacar su mensaje que habernos amado a nosotros mismos y a nuestro prójimo.
Optamos por darle todo al César y dejarle nada a dios. Optamos por la humillación de nuestros hermanos, por el hambre de nuestros hermanos, por el dolor de la tierra y los animales, por el odio y el egoísmo, por la derrota y la traición, por la desigualdad y la lujuria, por el despotismo y el abuso, por las drogas y la enfermedad. Optamos por la muerte del alma y del espíritu. Eso fue optar por la muerte de dios.
Y se hicieron cargo de su muerte quienes debían propagar su palabra y en vez de unirnos, nos dividieron por el miedo, olvidando también al mensajero y a su mensaje: el amor.