Tenía tanto que confesarte, sin embargo te fuiste.
No pude siquiera hablarte ni de mis penas ni alegría;
no alcance a mencionar ni mis sueños y desvelos;
ni contarte de mi risa disfrazada de melancolía,
y sin embargo te fuiste sin preguntarme si me dolía.
Se estrellaron en el filo del abismo, mis sueños,
atropellados por mi anhelos resucitados,
por mis proyectos y deseos,
apretujados y atrincherados por mis ilusiones marchitas;
por tanta palabra vana cayendo por el despeñadero
de tu espalda infinita, fría y huesuda,
que parecía caminar desnuda cuando te fuiste.
Tenía tanto que confesarte, pero te fuiste.
Tal vez escapando para no bailar la canción
en una nota que ya no existe;
para no abrazar las cenizas en el viento
de los viejos vestidos de muñecas incendiadas,
ni abrazar el olor de un vals que se baila solo,
de notas crepusculares, mortecinas, decadentes.
Te fuiste como adivinando lo que danzaba en mi mente.
Se apagaron las luces de la pista
y todavía percibo el olor de tu partida,
y el hielo de tu espalda fría, huesuda e infinita,
donde se miran mis sueños, mis anhelos y mis ilusiones,
marchitas, mortecinas, decadentes.
Van despeñándose una a una las letras de mi mente,
en una danza suicida que las conduce a un vacío,
vacío que ni siquiera se si tengo, y sin embargo
van muriendo porque te fuiste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario