En el silencio eres quien eres;
ese ser que no alcanzo, que no imagino,
ese ser que no alcanzo, que no imagino,
que se viste de luz y de sombras,
que se presenta a mi puerta envuelto en brillantes y lentejuelas,
que bien pueden ser los harapos de tu alma;
alma que no alcanzo ni imagino,
sentada entre luces y sombras, a la orilla del camino.
En el silencio te conoces, te dibujas, te disfrazas
de lágrimas o risas,
de sueños,
de esperanzas luminosas,
o marchitas
por el drama
de no conocer el fondo de tu alma,
alma que no alcanzo ni imagino,
sentada entre luces y sombras a la orilla de un camino,
camino que no es mío.
En el silencio sabes quién eres,
criatura perversa o ángel de la guarda;
y escoges el abrigo perfecto para tu campaña;
y arrancarás lágrimas o carcajadas,
danzando en el fuego de mi mirada,
que se deja envolver por el encanto de tu hechizo
que me eleva al cielo bendito, o me deja caer al infierno maldito.
En el silencio te miras al espejo, ese que desnuda el alma,
y que te despoja de los monstruos que te abrazan y disfrazan;
espejo que te enfrenta a tu figura despojada,
desarmada del ser que eres;
ese que no alcanzo ni imagino,
que se acurruca escondido, enrollado, aferrado, incrustado,
en el fondo de tu alma.