Hace unos días me ocurrió algo notable. Desperté una hora antes de que sonara la alarma de mi celular, eso fue a las 5 y media de la mañana. Supuestamente me quedé meditando sobre lo que sería este día para mí; de lo mal que me hacía comer de noche y lo asociaba a la sensación de estar teniendo un alza de presión a esa hora de la mañana; lo notaba también en la aceleración inusual de las palpitaciones de mi corazón y entonces decidí no volver a comer de noche, pero la gran interrogante era que eso ¡yo ya lo sabía! Sin embargo, no era capaz de resistirme a aceptar una invitación tentadora, como si una buena cerveza, una buena conversa, necesariamente, tuviera que acompañarse de una buena porción de carbohidratos y proteínas. En ese momento, durante esa hora que le robé a mí dormir matutino, prometí recordar la sensación de malestar que tenía en ese preciso instante cuando alguna buena moza osara invitarme a comer; aceptaría la invitación canjeando los alimentos por alguna otra interesante entretención. Siendo honesto, al segundo siguiente reconocí que no sabía si sería capaz de recordar esta mala sensación. Fue justo en ese momento cuando sonó la alarma y entonces desperté y me di cuenta que todo ese rato, esos 60 minutos que creí estar despierto, meditando, reflexionando sobre los malestares corporales que producía la comida ingerida a altas horas de la noche, tomando decisiones, ¡había sido sólo un sueño! No había malestares, ni palpitaciones, solo un sueño en el que creí estar despierto, hasta que sonó la alarma a las seis y media de la mañana.
Comencé a preguntarme ¿cuántas veces creemos estar despiertos, haciendo cosas, tomando decisiones y en realidad sólo estamos soñando? La diferencia entre el sueño y la realidad es la acción, esa que permite crear mi realidad. Todos podemos soñar. Soñar es el principio de creación con el que dibujamos el mundo. Lo pensamos, lo imaginamos, al comienzo es una simple ilusión. Cuando a esa imagen le ponemos intención, afectos, emociones, sentimientos, entonces nos movemos, caminamos en esa dirección para que esa ilusión se convierta en realidad. La pregunta es: ¿Me estoy moviendo en esa dirección realmente? Si la respuesta es NO, entonces sólo estoy soñando. El sueño sin acción, en buen chileno, ¡vale callampa! Einstein era menos ordinario para hablar del tema: “Lo más cercano a la locura es querer que pasen cosas nuevas en mi vida y seguir haciendo lo mismo de siempre”. Para él, quien desea cosas nueva pero no hace nada para obtenerlas ¡simplemente está loco!
Esa mañana comencé a tomar conciencia de cuando realmente he estado despierto y de cuando he estado sólo soñando. La iluminación es un tesoro invaluable, nos permite llevar luz a aquellas zonas oscuras de nuestro inconsciente y descubrir que ¡casi siempre sólo estamos soñando! Quisiéramos esto, lo otro, aquello, lo de más allá, lo de más acá, creemos que nos movemos en esa dirección, pero ¡no! Sólo estamos soñando ¿saben por qué? Porque no estamos TOMANDO DECISIONES, por lo tanto NO NOS ESTAMOS MOVIENDO EN NUESTRA DIRECCIÓN. Lo único que hacemos, es movernos en la dirección de los SÍ toman las decisiones y construyen la realidad, sus sueños, los que nosotros, muchas veces contra nuestra voluntad, sólo estamos compartiendo, girando y caminando en las direcciones que ellos señalan. Somos coprotagonistas de sus vidas, o sea, somos sólo extras en esta película llamada LA VIDA.
¿Cuándo tomamos el rol protagónico? Cuando vamos tras esos sueños. Participando de la toma de decisiones, haciéndonos cargo de las consecuencias, permitiéndonos fallar todas las veces que sea necesario, haciendo que los demás se muevan en la dirección que yo señalo y hago todo lo necesario para conseguir aquello que me propongo y no desfalleceré si no lo consigo a la primera; para la segunda estaré mejor preparado ¿Saben cómo se llama eso? VIVIR.
Nos escapamos de la vida cuando comenzamos a dar pretextos, a excusarnos culpando siempre a los demás, a jugar el rol de víctima. Jugamos este papel porque hay una información escondida en la zona más oscura del inconsciente: TENGO MIEDO. Miedo a decidir, miedo a tomar decisiones y a fallar, porque cuando era un pequeño intentando jugar en la vida me equivoqué algunas veces, bueno en realidad todas las veces en que me permitieron decidir, y ellos me hicieron saber su malestar; ellos, mis adultos significantes se encargaron de grabar a fuego, lo desilusionados que estaban de mí, lo triste que se habían puesto, lo agresivo de sus rostros, lo hiriente de sus palabras quedaron registradas en mi cuerpo del dolor. ¡Cuánta razón tenemos para escaparnos de la vida!
Que otros tomen las decisiones, que otros hagan las leyes, que otros diseñen la sociedad, que otros elijan a sus representantes, que yo no quiero volver a sentir el rechazo de mis dioses-padres, mis adultos significantes. Fue demasiado el dolor. Fue demasiado para un pequeño como yo, sostener la responsabilidad de un mundo tan grave, tan serio, tan importante, tan grande, donde estaba prohibido equivocarse, donde había que saber hacer las cosas y yo era un inútil, un “bueno para nada”, un tonto. Entonces, es en ese tierno momento de nuestra niñez cuando tomamos la última decisión importante en nuestras vidas: no volver a decidir jamás sobre las cosas importantes, sobre la vida, sobre la creación de realidad; de ahí en adelante comenzamos a vivir en el sueño que otros convertían en realidad. Es por eso que, generalmente, no nos gusta “la vida que nos tocó vivir”.
Es momento de poner la alarma, es tiempo de dejar de soñar el sueño de otros y comenzar a construir la realidad que queremos para nuestras vidas. Hay que despertar a la conciencia. Hay que iluminar aquel oscuro espacio del inconsciente donde se esconden todas las razones que explican cada una de mis acciones y conductas. Necesitamos hacer un compromiso: Desde hoy nos haremos cargo de nuestras vidas y “bajaremos” a aquella zona para “ordenar” los cables y “reconectarlos” a emociones positivas que me alejen del miedo, que me hagan comprender que nada grave pasará si me equivoco en una decisión. Me equivocaré todas las veces que sea necesario, hasta que aprenda a decidir y me daré permiso para ello, ese permiso que mis adultos significantes me prohibieron.
“Los padres queremos que nuestros hijos no se equivoquen para que sean buenas personas, personas felices a los que nada malo les pase, por eso los castigamos cada vez que lo hacen mal y terminamos haciendo las cosas por ellos, con el malestar en el rostro, ese malestar que nos da porque no saben hacer bien las cosas e insisten en hacerlo como ellos quieren y no como se lo decimos sus padres y siempre se equivocan dándonos la razón ”, me decía una vez un amigo que jamás quiso entender la paradoja de su declaración, de su defensa, de su justificación y porque no decirlo, de su culpa ya que su hijo había “salido” justo lo contrario. “No lo dejaste equivocarse cuando estaba aprendiendo a tomar decisiones y que sintiera los efectos de sus consecuencias”, le dije en vano.(“No me obligues decir: te lo dije” me parecía escuchar en esta justificación.)
En esa zona oscura están las razones de las sin razones. Si desciendo hasta allí, podré entender mis juicios y necedades, mis dolores y mis angustias, mis amarguras e insatisfacciones. Allí podré descubrir por qué siento como siento y pienso como pienso y creo lo que creo. Cuando tenga todas estas respuestas podré poner la alarma y despertar de verdad a la VIDA y sólo entonces dejaré de escapar y dejaré de ser un niño herido y entonces me convertiré en adulto y no tendré que esperar ir de salida para comprender lo que es este juego maravilloso que llamamos VIDA.