Sin tener arte ni parte, la pobre manzana ha cargado, por los siglos de los siglos, a veces roja de vergüenza otras verde de ira, el estigma de ser el símbolo de la maldad, el fruto que condenó a nuestros padres, Adán
y Eva, a sus hijos y a los hijos de sus hijos, así hasta nuestros días, al “pecado original”. Nunca el libro sagrado mencionó a esta fruta como la tentación de la desobediencia de Eva, sólo hace mención al “fruto prohibido” y que, algún despistado durante el camino de contarnos “historias” o “cuentos”, cometió el “pecado” de decir que aquel fruto era la manzana marcándola por los siglos de los siglos ¡amén!
Pero detengámonos unos minutos en el triste y famoso pecado. Es atroz, cada vez menos, la sensación de culpa de ser pecadores ¡Imagínense lo que puede llegar a significar eso en la mente de un niño! Las penas del infierno corroen nuestras almas, provocándonos escalofríos con las imágenes de nuestros cuerpos retorciéndonos en las llamas del averno entre los gritos escalofriantes de las almas en pena
.
El pecado original, con ese que nacemos todos los seres humanos como una culpa de hielo clavada en nuestro ser inocente que con angustia se pregunta ¿por qué? Es como si nuestro buen Dios nos enviara a esta maravillosa experiencia llamada vida, convertidos en unos potenciales demonios, pero tenemos en la tierra a sus representantes que se encargarán de evitar que terminemos en las manos de Satán: nuestros amados padres, los correctores, los guardianes de los seres buenos y bondadosos, los paladines del bien, los maestros que convertirán a estos pequeños eventuales demonios en personas de bien y ¡vaya que no escatiman esfuerzos en ello! Desde los castigos más infernales, hasta la modesta correa son sus instrumentos o herramientas que les permitirán cumplir con su amorosa misión que se les ha encargado por vida: asegurarse que seremos dignos hijos de Dios.
La maldita herencia que hace que todos los padres del mundo y los que lo serán algún día, en algún minuto de la crianza, miremos a nuestros hijos como potenciales delincuentes, semillas de maldad, psicópatas asolapados y descargan el “castigo divino” autorizado en las sagradas escrituras, donde dice que el padre que no castiga a su hijo es porque no le ama. ¡Pobres e indefensas criaturas los padres! Obligados a tomar esa misión de convertir en buenas personas a esos otros pobres y pequeños seres indefensos a los que “tapizan” de miedo hasta que den por fin muestras que serán unos verdaderos angelitos dignos del Señor, que no se equivocan, que son educaditos, que no hacen “maldades” que tienen los mejores sentimientos, y ahí es cuando el miedo al castigo nos convierte en esos seres obedientes y es entonces cuando los padres descansan, se relajan; desaparece de sus cabezas la espada de Damocles que pendía sobre ellos amenazándolos con el escarnio público si osaran parecer MALOS PADRES.
Pero el daño, en los niños, ya está hecho: “la psicopatía paterna” ya está instalada en sus tiernos sistemas de creencias, la misma que les dirá cuando ya sean jóvenes adultos, que esa, la forma de mamá y la forma de papá, es la única que existe para ser PADRES, que esa es la manera de criar a los hijos. ¡Maldita herencia!
y Eva, a sus hijos y a los hijos de sus hijos, así hasta nuestros días, al “pecado original”. Nunca el libro sagrado mencionó a esta fruta como la tentación de la desobediencia de Eva, sólo hace mención al “fruto prohibido” y que, algún despistado durante el camino de contarnos “historias” o “cuentos”, cometió el “pecado” de decir que aquel fruto era la manzana marcándola por los siglos de los siglos ¡amén!
Pero detengámonos unos minutos en el triste y famoso pecado. Es atroz, cada vez menos, la sensación de culpa de ser pecadores ¡Imagínense lo que puede llegar a significar eso en la mente de un niño! Las penas del infierno corroen nuestras almas, provocándonos escalofríos con las imágenes de nuestros cuerpos retorciéndonos en las llamas del averno entre los gritos escalofriantes de las almas en pena
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El pecado original, con ese que nacemos todos los seres humanos como una culpa de hielo clavada en nuestro ser inocente que con angustia se pregunta ¿por qué? Es como si nuestro buen Dios nos enviara a esta maravillosa experiencia llamada vida, convertidos en unos potenciales demonios, pero tenemos en la tierra a sus representantes que se encargarán de evitar que terminemos en las manos de Satán: nuestros amados padres, los correctores, los guardianes de los seres buenos y bondadosos, los paladines del bien, los maestros que convertirán a estos pequeños eventuales demonios en personas de bien y ¡vaya que no escatiman esfuerzos en ello! Desde los castigos más infernales, hasta la modesta correa son sus instrumentos o herramientas que les permitirán cumplir con su amorosa misión que se les ha encargado por vida: asegurarse que seremos dignos hijos de Dios.
La maldita herencia que hace que todos los padres del mundo y los que lo serán algún día, en algún minuto de la crianza, miremos a nuestros hijos como potenciales delincuentes, semillas de maldad, psicópatas asolapados y descargan el “castigo divino” autorizado en las sagradas escrituras, donde dice que el padre que no castiga a su hijo es porque no le ama. ¡Pobres e indefensas criaturas los padres! Obligados a tomar esa misión de convertir en buenas personas a esos otros pobres y pequeños seres indefensos a los que “tapizan” de miedo hasta que den por fin muestras que serán unos verdaderos angelitos dignos del Señor, que no se equivocan, que son educaditos, que no hacen “maldades” que tienen los mejores sentimientos, y ahí es cuando el miedo al castigo nos convierte en esos seres obedientes y es entonces cuando los padres descansan, se relajan; desaparece de sus cabezas la espada de Damocles que pendía sobre ellos amenazándolos con el escarnio público si osaran parecer MALOS PADRES.
Pero el daño, en los niños, ya está hecho: “la psicopatía paterna” ya está instalada en sus tiernos sistemas de creencias, la misma que les dirá cuando ya sean jóvenes adultos, que esa, la forma de mamá y la forma de papá, es la única que existe para ser PADRES, que esa es la manera de criar a los hijos. ¡Maldita herencia!
excelente
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