El calor era agobiante. El ventilador
era una sucia trampa que sólo hacía circular el aire viciado de
aquel viejo restaurante. Recién pasaban de las 2 de la tarde y la
cerveza aplacaba sólo por segundos esa incesante ola de calor que me
aturdía mientras trataba, inútilmente, de distraer mi conciencia en
los dramas de los famosillos de los que me contaba el matutino de la
jornada.
En la mesa de atrás dos adultos mayores, de esos que
arrastran consigo la decrepitud de la tercera edad, de esos que se
han gastado la existencia entre los gozos de la buena mesa muy bien
representados en sus figuras regordetas enmarcadas en calvas
ornamentadas de pelo blanco, y voces carrasposas de cuerdas vocales
maltratadas por el reflujo de sus jugos gástricos.
Atrajo mi
atención la frase de uno de ellos: “es una lolita”. Miré en
dirección al objeto de sus comentarios, el objeto de sus deseos. En
la esquina, junto a sus padres, una bella adolescente de no más de
quince años. Calzaba un short muy bien denominado “Hot pants”,
pantalones calientes, que enmarcaban sus curvas ajustadas por una
polera que la hacía lucir más sensual aún. Mis vecinos en el
restaurante expresaban sus deseos ante la imagen que la bella joven
despertaba. El otro comensal agregaba: “está para acriminarse”.
Está instalado el sentido de “crimen” para esos deseos
“inapropiados”. Comencé a elucubrar: ¿Se apaga el deseo
conforme avanzamos a la decrepitud de la ancianidad? ¿Deberían
estos “viejos asqueroso” ocultar, reprimir esos deseos? Comienzo
a mirar a los ancianos con desconfianza. Yo seré anciano y deberé
lidiar con mis deseos también y lo comprendo más claramente cuando
el mozo trae a mi mesa el pedido: un jugoso lomo cocido a punto
acompañado de una ensalada surtida y ahí descubro que estoy
rindiendome gustoso a uno de mis deseos.
Es el deseo el que nos mueve por la
vida. Debo, necesariamente, desear para moverme. El trabajo, ya sea
ese duro, de esfuerzo, asfixiante o aquel placentero que nos permite
desarrollarnos, tienen como propósito generar un bienestar económico
que me permita satisfacer mis deseos, por lo tanto estos serán
responsables de mi emociones, tanto de las negativas provocadas por
la frustración de no cumplir el deseo o las positivas del deseo
cumplido. ¿Cuándo un deseo se vuelve impropio? ¿quién lo decide?
¿Es malo que un par de señores de más de sesenta años deseen a
una lolita? ¿Es malo que la deseen o que lo expresen? Estas
cavilaciones me fueron apagando el deseo de devorarme ese jugoso
lomo.
Mi hija es una lolita de 11 años y ya
es objeto del deseo de algunos que se cruzan con ella por la calle.
Sólo cuando miran su carita, se percatan que esas tremendas "piernotas" son de una niña aún. Así lo conversamos el pasado sábado
cuando un par de sujetos la miraron de manera lujuriosa. Esa será su
rutina de vida, ser deseada. Todos deseamos ser deseados, es la
manera en que nos validamos. Pero ¿cuándo nos surge el juicio de
“viejo asqueroso”? Cuando me “educan” desde muy pequeño a
cuidar mis modales, mi manera de vestir, de mirar, etc. para no
despertar los “malos” deseos de los otros. Es en ese instante
cuando se “carga”, semánticamente, el valor negativo de los
deseos, con los que enjuiciaré no sólo los ajenos si no también
los personales. ¿Cuál es el objeto de mis deseos y por qué? Es
largo el proceso donde vivo deseando lo que mi padre, madre y
parientes deseaban cuando me estaba educando de ellos, o sea
copiandolos en mi interior durante mi niñez. Por lo tanto voy a
mirar a la mujer como objeto de mis deseos porque mi padre las miraba
así y eso lo aprendí en las revistas que “fondeaba” en su
velador hasta donde me llevó mi curiosidad, la que era mayor cada
vez que ellos trataban de ocultarme la vida. Mi pequeña desde los
nueve años que sabe que el deseo sexual es esencial para la vida, pero que ella debe ocuparse en desarrollar sus deseos no el de
los demás. Sabe también que siempre será deseada, de la manera que
lo sea no es de su imcumbencia; sabe que no podemos hacernos cargo de
un otro, sólo de nosotros mismos.
Entonces, giro mi silla y miro
directamente a aquellos señores que compartían su vida conmigo en
aquel viejo restaurante y busco sus ojos y veo en ellos a sus padres,
a sus abuelos, a sus tíos y a todos los que de una u otra manera
ayudaron a dar forma a sus deseos. Es bueno preguntarse: y yo ¿qué
deseo?, porque hay alguien muy cerquita mío que está aprendiendo a
desear lo mismo y no hay que olvidar que basta poner la intención
para que esos deseos se conviertan en realidad.
¡¡¡Menos mal que mis deseos han ido evolucionando hacia el área espiritual!! ja ja ja jua así no seré catalogada de vieja verde.... hablando en serio el budismo dice que la infelicidad surge del deseo.... pero mas que del deseo surge del apego al deseo.... no es malo desear, es provocador de sufrimiento el apegarse a ese deseo.... y ahí mismo, gracias al apego caigo en conductas impropias... ¡¡That is the problem!!
ResponderEliminarAlex, buenos temas has puesto en tu blog. Decidores, candentes. Y el tema aquel sobre cambiar la realidad, tan cierto es que depende de uno mismo, y de su real intención de hacerlo, porque si no es más que un deseo sin poner la voluntad no pasa nada. Hay que cooperar y bastante para lograrlo.
ResponderEliminarFelicitaciones, visita mi blog de robótica http://remcancinorobotica.blogspot.com/
y mi sitio web claracancino.com veo que te gusta lo bello de la vida