martes, 4 de diciembre de 2012

DESEOS




El calor era agobiante. El ventilador era una sucia trampa que sólo hacía circular el aire viciado de aquel viejo restaurante. Recién pasaban de las 2 de la tarde y la cerveza aplacaba sólo por segundos esa incesante ola de calor que me aturdía mientras trataba, inútilmente, de distraer mi conciencia en los dramas de los famosillos de los que me contaba el matutino de la jornada. 



En la mesa de atrás dos adultos mayores, de esos que arrastran consigo la decrepitud de la tercera edad, de esos que se han gastado la existencia entre los gozos de la buena mesa muy bien representados en sus figuras regordetas enmarcadas en calvas ornamentadas de pelo blanco, y voces carrasposas de cuerdas vocales maltratadas por el reflujo de sus jugos gástricos. 



Atrajo mi atención la frase de uno de ellos: “es una lolita”. Miré en dirección al objeto de sus comentarios, el objeto de sus deseos. En la esquina, junto a sus padres, una bella adolescente de no más de quince años. Calzaba un short muy bien denominado “Hot pants”, pantalones calientes, que enmarcaban sus curvas ajustadas por una polera que la hacía lucir más sensual aún. Mis vecinos en el restaurante expresaban sus deseos ante la imagen que la bella joven despertaba. El otro comensal agregaba: “está para acriminarse”. Está instalado el sentido de “crimen” para esos deseos “inapropiados”. Comencé a elucubrar: ¿Se apaga el deseo conforme avanzamos a la decrepitud de la ancianidad? ¿Deberían estos “viejos asqueroso” ocultar, reprimir esos deseos? Comienzo a mirar a los ancianos con desconfianza. Yo seré anciano y deberé lidiar con mis deseos también y lo comprendo más claramente cuando el mozo trae a mi mesa el pedido: un jugoso lomo cocido a punto acompañado de una ensalada surtida y ahí descubro que estoy rindiendome gustoso a uno de mis deseos.




Es el deseo el que nos mueve por la vida. Debo, necesariamente, desear para moverme. El trabajo, ya sea ese duro, de esfuerzo, asfixiante o aquel placentero que nos permite desarrollarnos, tienen como propósito generar un bienestar económico que me permita satisfacer mis deseos, por lo tanto estos serán responsables de mi emociones, tanto de las negativas provocadas por la frustración de no cumplir el deseo o las positivas del deseo cumplido. ¿Cuándo un deseo se vuelve impropio? ¿quién lo decide? ¿Es malo que un par de señores de más de sesenta años deseen a una lolita? ¿Es malo que la deseen o que lo expresen? Estas cavilaciones me fueron apagando el deseo de devorarme ese jugoso lomo.



Mi hija es una lolita de 11 años y ya es objeto del deseo de algunos que se cruzan con ella por la calle. Sólo cuando miran su carita, se percatan que esas tremendas "piernotas" son de una niña aún. Así lo conversamos el pasado sábado cuando un par de sujetos la miraron de manera lujuriosa. Esa será su rutina de vida, ser deseada. Todos deseamos ser deseados, es la manera en que nos validamos. Pero ¿cuándo nos surge el juicio de “viejo asqueroso”? Cuando me “educan” desde muy pequeño a cuidar mis modales, mi manera de vestir, de mirar, etc. para no despertar los “malos” deseos de los otros. Es en ese instante cuando se “carga”, semánticamente, el valor negativo de los deseos, con los que enjuiciaré no sólo los ajenos si no también los personales. ¿Cuál es el objeto de mis deseos y por qué? Es largo el proceso donde vivo deseando lo que mi padre, madre y parientes deseaban cuando me estaba educando de ellos, o sea copiandolos en mi interior durante mi niñez. Por lo tanto voy a mirar a la mujer como objeto de mis deseos porque mi padre las miraba así y eso lo aprendí en las revistas que “fondeaba” en su velador hasta donde me llevó mi curiosidad, la que era mayor cada vez que ellos trataban de ocultarme la vida. Mi pequeña desde los nueve años que sabe que el deseo sexual es esencial  para la vida, pero que ella debe ocuparse en desarrollar sus deseos no el de los demás. Sabe también que siempre será deseada, de la manera que lo sea no es de su imcumbencia; sabe que no podemos hacernos cargo de un otro, sólo de nosotros mismos. 




Entonces, giro mi silla y miro directamente a aquellos señores que compartían su vida conmigo en aquel viejo restaurante y busco sus ojos y veo en ellos a sus padres, a sus abuelos, a sus tíos y a todos los que de una u otra manera ayudaron a dar forma a sus deseos. Es bueno preguntarse: y yo ¿qué deseo?, porque hay alguien muy cerquita mío que está aprendiendo a desear lo mismo y no hay que olvidar que basta poner la intención para que esos deseos se conviertan en realidad.


2 comentarios:

  1. ¡¡¡Menos mal que mis deseos han ido evolucionando hacia el área espiritual!! ja ja ja jua así no seré catalogada de vieja verde.... hablando en serio el budismo dice que la infelicidad surge del deseo.... pero mas que del deseo surge del apego al deseo.... no es malo desear, es provocador de sufrimiento el apegarse a ese deseo.... y ahí mismo, gracias al apego caigo en conductas impropias... ¡¡That is the problem!!

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  2. Alex, buenos temas has puesto en tu blog. Decidores, candentes. Y el tema aquel sobre cambiar la realidad, tan cierto es que depende de uno mismo, y de su real intención de hacerlo, porque si no es más que un deseo sin poner la voluntad no pasa nada. Hay que cooperar y bastante para lograrlo.
    Felicitaciones, visita mi blog de robótica http://remcancinorobotica.blogspot.com/
    y mi sitio web claracancino.com veo que te gusta lo bello de la vida

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